Muchas veces los papás hablamos medio raro...Por ejemplo decimos:.
¡Qué querés! ¿la chancha y los veinte?
Esta expresión criolla nació a fines del siglo pasado y fue popularizada por un sainete de la época así títulado. Denota a la persona codiciosa que, no conforme con la ganancia que le corresponde en un trato, se empeña en obtener mayores ventajas. Es condensación de otro dicho más largo, "el chancho, la chancha y mi los veinte lechones", que agrega al abuso una exageración: la cría de una cerda a través de su vida fértil rara vez llega a la veintena. Por concisión, la idea quedó abreviada en su forma actual: “Querer la chancha y los veinte…”. Pero a la picardía popular no le pareció suficiente. Eran tiempos del auge de los frigoríficos y de la explotación de todo lo que se pudiera sacar de un animal.
¡Esto no es moco de pavo!
Cuando queremos ponderar la importancia de un asunto cualquiera, con frecuencia nos valemos de una comparación negativa y destacamos que eso "no es moco de pavo". El diccionario define moco de pavo como "apéndice carnoso eréctil que el pavo tiene sobre el pico". Pero el dicho del título proviene de cuando se usaba reloj con cadena. Ésta asomaba como una provocación para los ladrones, quienes aprovechaban las aglomeraciones para desprender el reloj y dejar la cadena que lo sujetaba. Dado el público del que salían los incautos (llamados "pavos" en la jerga del delito), esas cadenas eran de escaso valor, de modo que se quedaban colgando como cuelga el moco del ave. Hoy, se usan relojes de pulsera, la expresión ha perdido toda conexión con su origen. Pero basta escuchar que algo "no es moco de pavo" para que en seguida todos entendamos que no nos están hablando de ninguna p a v a d a.
¡Ojo por ojo y diente por diente!
Esta frase, que consagra la venganza como un procedimiento jurídico, figura en dos de los 282 artículos del código sancionado por Hammurabi (1792-1750 a. C.), fundador del imperio babilónico. La menciona también el Antiguo Testamento al referirse a los actos de violencia. “Quien cometiere e delito", dice el texto bíblico, "pagará vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano y pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida y golpe por golpe". Cuando el agredido prefería que se lo compensara con dinero, tenía derecho a una suma, fijada de antemano de acuerdo con la gravedad del daño. Así, según la ley del talión del derecho romano, quien recibía una cachetada podía canjear ese golpe por un monto equivalente a 5 ó 6 dólares de hoy. El dicho, con frecuencia abreviado como “ojo por ojo”, no pasa en la actualidad de un modo de hablar. Un desahogo para el rencor. Y prueba de que la idea de devolver mal por mal es siempre tentadora. Pero ningún código moderno autoriza a desdentar o volver tuerto al ofensor.
Si la montaña no viene a Mahoma…
Mahoma convenció a sus seguidores de que a una orden suya se le iba a acercar una montaña desde la cual predicaría. La muchedumbre se reunió; Mahoma llamó una y otra vez a la montaña y cuando ésta no se movió de su lugar, el profeta dijo sin abochornarse: "Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña". Este texto no pertenece a ningún libro religioso ni procede de Oriente. Figura en los Ensayos de Sir Francis Bacon (1561-1626), filósofo inglés y canciller del reino, quien fue precursor del método experimental en la ciencia y uno de los más firmes adversarios del conocimiento dogmático y supersticioso de la Edad Medía.
De punta en blanco
En los ejercicios para combate, los caballeros medievales empleaban armas de hierro ordinario que carecían de filo y llevaban en la punta un botón, como los floretes con que se aprende esgrima. Recibían el nombre de armas negras, en oposición a las que se usaban en los torneos, que eran de acero filoso y tenían el extremo afilado o, como se decía entonces, la punta en blanco. En esas lizas, los contendientes se presentaban ante el árbitro o maestro de armas acompañados de sus escuderos, quienes portaban los yelmos con sus penachos y los respectivos escudos. La gran pompa de esta ceremonia con música de fanfarrias y el espectáculo de las armaduras relucientes y los estandartes al viento quedaron asociados a la frase "estar de punta en blanco", que tomó el sentido de mostrarse con las mejores galas. Pasaron los tiempos feudales, pero el dicho subsiste. Sólo que ahora se aplica a cualquiera que luce impecablemente desde el peinado hasta los pies. Vestido de punta en blanco. Como para un torneo... de elegancia.
Como turco en la neblina
La frase es producto de una serie de cambios y derivaciones que comienzan cuando en España se llamó turca a la borrachera. La razón tiene toques de humor. Al vino puro, sin añadido de agua, se lo denominaba tanto vino moro corno vino turco, por no estar "bautizado". En consecuencia, las mamúas tomaron el nombre de turcas. De allí viene la primera parte de la expresión en su forma original: "agarrarse una turca". Lo que sigue se debe exclusivamente a la picardía criolla. ¿Quién puede hallarse más confundido que un borracho que se pierde en la niebla? El pasaje de con la turca al actual como turco lo realizó espontáneamente el uso popular. Y así el turco entró en el dicho y en la neblina, dando lugar a una pintoresca expresión que vale para cualquiera que ande muy desorientado. Por más sobrio que esté.
Buscarle la quinta pata al gato
Cuando se tienen reparos sobre la conducta o los dichos de terceros se utiliza esta frase, cuya forma correcta según algunos sería “buscarle tres pies al gato". Los diccionarios no se ponen de acuerdo. El de María Moliner, por ejemplo, prefiere esta última versión y la define como: “buscarle complicaciones a un asunto que de por sí no las tiene". La mayoría de la gente al citar el dicho menciona tanto al micifuz al que le falta una extremidad como al que le sobra. Para ellos el sentido es idéntico.
Al que quiera celeste que le cueste
Quien anhela obtener algo muy valioso debe estar dispuesto a afrontar su precio, por alto que éste sea. El dicho y su moraleja guardan estrecha relación con un mineral, el lapislázuli, que se extrae de unos pocos lugares de Oriente. Con él se fabricaba un bellísimo color azul, muy resistente a la acción del tiempo, que por su procedencia fue llamado azul de ultramar. La gran rareza del lapislázuli y el alto costo de su transporte hicieron que su valor fuera comparable al del oro. Cuando los papas y los grandes señores del Renacimiento encargaban un cuadro, se estipulaba por contrato cuánta pintura de oro y cuánto azul de ultramar entrarían en la obra. Al mezclarse con blanco, ese precioso azul producía el celeste que originó la expresión. Pero existe también otra versión sobre ese origen, vinculada con la acepción religiosa de la palabra celeste, equivalente a celestial. En tal caso, serían los sacrificios realizados en la Tierra el precio de la gloria en el Cielo. Ambas versiones no se contradicen. Y ninguna de las dos deja duda de que cueste y celeste riman con muy justa razón.
A troche y moche
Esta usual locución castellana equivale a decir “en todo momento o de cualquier manera”. Así puede decirse, por ejemplo, de una prenda de vestir, que es usada a troche y moche, aunque también se le aplica otro significado usándola en el sentido “de manera absurda e irreflexiva”. Por lo que parece este modismo tiene amplitud significativa, se presta a diversas variantes de interpretación. El mismo Francisco de Quevedo lo consideraba sinónimo de otra muy usada locución como es “a tontas y a locas”, de la que nos ocuparemos en otra ocasión. Pero no para ahí la cuestión. En el castellano de la Argentina la frase “a troche y moche” significa “gastar alocadamente, despilfarrar”. El origen procede de una frase de la cultura de los leñadores : "hachar a troche y moche", es decir, talar bosques naturales sin pensar en el futuro. Viene de los verbos "trocear" y "mochar". Un ejemplo de esto es lo ocurrido en Santiago del Estero a comienzos del siglo XX, cuando grandes bosques de quebracho fueron eliminados sin asegurar su reprodución.
Se armó la gorda
Dicho popular que se aplica referido a alboroto y refriega y que se utiliza con previsión de futuro (“se va a armar la gorda”) e indica la proximidad de un acontecimiento violento y sonado. Es de origen histórico y se refiere a “La Gorda”, nombre con el que se conoció en Andalucía la revolución española de 1.868 contra la inoperancia del reinado de Isabel II. Dicha revolución fue más comúnmente conocida como “La Gloriosa” o “La Septembrina”, por haberse producido en el mes de septiembre. Los liberales españoles, que perseguían la instauración de una república parlamentaria, esperaban que se produjera la gran revolución, la definitiva, la gorda, aunque a la postre fue tan inoperante como el régimen monárquico al que sustituyó.
Brillar por su ausencia
Entre los romanos existía la costumbre de exhibir en los actos fúnebres los retratos de todos los antepasados y deudos del difunto. Por eso, el célebre historiador Tácito, al relatar en el libro III de sus "Anales" las honras fúnebres de Junia -viuda de Casio y hermana de Bruto (el asesino de Julio César)- cuenta que todo el mundo se daba cuenta de la ausencia ("brillaban" por ella) de la efigie de los dos criminales. Posteriormente, en el siglo XVIII, el gran poeta francés André de Chenier puso de moda la expresión brillar por su ausencia que todo el mundo usa hoy, a veces con mala intención, para resaltar la falta de algo o alguien en determinada circunstancia.
Dorar la píldora
Los medicamentos (infusiones, polvos, brebajes...) se han caracterizado siempre por tener un sabor amargo, lo cual los hacía molestos en el momento de tener que tragarlos, pero eso era considerado algo natural, tanto como lo era el hábito de tener que soportar el dolor.
Hoy, todos sabemos que esos botoncitos compuestos por distintas variedades de productos medicinales llamados píldoras suelen estar integrados -por lo general- por elementos de sabor amargo y desagradable al paladar. De ahí, que los antiguos boticarios, tal como se sigue haciendo en el día de hoy en los modernos laboratorios farmacéuticos, para disfrazar o disimular ese desagradable sabor, acudiesen al recurso de “dorar la píldora” con alguna substancia de gusto azucarado y suave al paladar, de manera que se facilitara la acción de ingerir el medicamento.
Ese es el sentido de la expresión “dorar la píldora”, que hoy aplicamos en el lenguaje cotidiano en el sentido de realizar un acto o expresar una opinión con amabilidad y suavidad y tratando de no herir o molestar a quien nos escucha. También se sobreentiende en el sentido de halagar, interesadamente, a un interlocutor de quien se pretende un beneficio.
El que se fué a Sevilla, perdió su silla
Durante el reinado en Castilla de Enrique IV de Trastámara, un sobrino de don Alonso de Fonseca -arzobispo de Sevilla- fue a su vez designado arzobispo de Santiago de Compostela, pero suponiendo el tío que, a causa de las revueltas que agitaban Galicia, a su sobrino le costaría tomar posesión de su cargo, se ofreció para adelantarse a Santiago con el objeto de allanarle las dificultades. A cambio, le pidió a su sobrino que lo reemplazase en los negocios de su sede en Sevilla. Así se hizo y con los mejores logros, de manera que una vez que don Alonso, concluida la gestión, regresó a Sevilla, se halló con la desagradable sorpresa de que su sobrino se resistía a abandonar la sede arzobispal, alegando que el arreglo había sido permanente. Para reconducir el litigio se hizo necesaria la intervención del Papa y hasta la del propio rey Enrique. El joven, una vez que viajó a Santiago acabó siendo preso y sentenciado a cinco años de condena por otros delitos, pero su carrera continuó y llegó a ocupar los más altos cargos eclesiásticos hasta ceder la sede compostelana a su propio hijo. De aquel suceso, muy comentado en su tiempo, nació el dicho que seguramente en su origen debió ser : “ El que se fue de Sevilla, perdió su silla” y no como aún hoy lo conocemos, “El que se fue a Sevilla, perdió su silla”
Entre pitos y flautas
Popular locución española que viene a significar “entre unas cosas y otras”. Suele también utilizarse en la forma “por pitos y flautas”, o sea, por un motivo o por otro. Igualmente, con el término “pito” se construyen otros modismos, tales como : “¿qué pito toca?” o su variante de interrogación retórica en sentido negativo (¿toca algún pito?, no sé que pito toca). “Tomar por el pito del sereno”, en el sentido de tratar a una persona con poca o ninguna consideración. “Importar un pito (o tres)” coloquialmente utilizado en el sentido de “nada”.
Estar en babia
Durante la Edad Media abundaba la caza en una pequeña localidad leonesa, conocida entonces y ahora con el nombre de Babia, a la que los reyes de León la eligieron como lugar de reposo para alejarse de los problemas de la corte, complicada con las intrigas palaciegas de los nobles de la época,que estaban empeñados en instaurar un régimen feudal semejante al de la Europa septentrional. Los reyes aprovechaban las bondades del lugar para distraerse de las tareas concernientes a su ejercicio del poder. Estas ausencias del rey motivaban a menudo la inquietud de los súbditos a quienes, cuando preguntaban por él, se les respondía evasivamente que el rey estaba en Babia. La expresión se hizo coloquial y pasó al lenguaje común para significar toda disposición de ánimo desentendida, de propósito o involuntariamente, ante cualquier tarea apremiante. Hoy en día se utiliza específicamente para hacer referencia a toda persona distraída o que parece ausente en el momento en el que más se necesita de su concentración.
Mucho ruido y pocas nueces
No es muy segura la procedencia de esta locución, aunque es sobradamente conocida en España una anécdota que podría explicar el origen del dicho.
Según relato del conde de Clonard, en 1597 las tropas españolas tomaron la ciudad francesa de Amiens, merced a una treta urdida por el capitán Hernán Tello de Portocarrero, que vistió de labradores a dieciséis de sus soldados que hablaban muy bien el francés. Estos hombres penetraron en la ciudad provistos de sacos de nueces, cestos de manzanas y un carro de heno. Apenas entraron en la ciudad, uno de los soldados dejó caer voluntariamente uno de los sacos de nueces, lo que movió a los soldados franceses a recogerlas del suelo. Esta situación permitió a los españoles que sacaran sus armas de la carreta de heno y así consiguieron reducir a las tropas locales, permitiendo el asalto de una columna invasora. Posteriormente, los franceses recobraron la plaza, pero la astucia de la estratagema habría dado origen al dicho “ser más el ruido que las nueces”. Con el correr del tiempo, la frase pasó a formar parte del léxico popular, como manifestación de exagerada demostración de un hecho que no tiene tanta trascendencia.
Por si las moscas
Esta expresión es sinónimo de “por si acaso, por lo que pudiera ocurrir” y tiene un claro significado preventivo que, en ocasiones, se acentúa afirmando: “por si las moscas pican” ('desazonan, incomodan, abrasan'). El origen de esta expresión tal vez pueda estar en la leyenda que cuenta que las moscas conocidas con el nombre de "moscas de San Narciso" brotaron repentinamente en 1285 de la tumba de este santo gerundense y atacaron al ejército francés, que al mando de Felipe 'El Atrevido', se disponía a sitiar la ciudad de Gerona. Las famosas moscas levantaron el pánico y contagiaron la peste entre los invasores, quienes tuvieron que levantar el sitio mientras salían espantados.
Quemarse las cejas/ pestañas
El significado literal de esta expresión popular se aplica al estudiante de cualquier disciplina que está entregado absolutamente al estudio. Significado y origen concuerdan en su sentido que no es otro que el de estudiar de noche, pasarse las noches en vela estudiando, que en otros tiempos, y ante la carencia de la luz eléctrica, se hacía a la luz de las velas o velones, cuya llama podía accidentalmente quemar o chamuscar las cejas de los que, absortos en el estudio, se acercaban a la llama.
Sacar de sus casillas
Este dicho popular proviene del antiguo juego de las Tablas Reales, juego de tablero muy semejante a las actuales Damas. En el citado juego la palabra casa está referida a unos semicírculos huecos cortados en la misma madera a los lados del tablero en los que se van colocando las piezas para ocupar las casas o casillas según las suertes de los dados. El juego consistía en encontrar una casa o casilla vacía donde entrar, y en el caso de que se hallara ocupada el que viene detrás con una pieza la puede desplazar del juego, “la puede sacar de su casilla”.
Tener muchos humos
Entre los romanos existía la costumbre de adornar el atrio de las viviendas con los bustos y retratos de toda su ascendencia, con el objeto de demostrar la extensión y la ranciedad de su linaje.Por efecto del humo y del paso del tiempo, los objetos decorativos iban adquiriendo una coloración oscura de la que los habitantes de la casa solían ufanarse, ya que cuanto más intensa era esa pátina de ranciedad, más crecía la respetabilidad de la familia, en base a la memoria de sus ancestros.
Ese es el origen de la expresión “tener muchos humos” que hoy aplicamos análogamente para manifestar la fea actitud de quien actúa con engreimiento y presunción inmoderados. Derivada de la misma locución es la de “subirse los humos a la cabeza” y en el mismo sentido de arrogancia por el estatus económico o social adquirido por una familia o persona.
Tirar la casa por la ventana
El significado literal de esta vieja locución española es el de “derrochar, gastar sin ningún control ni medida”. Su origen se remonta al reinado de Carlos III en la España del siglo XVIII, cuando se estableció el juego de la lotería organizada por el Estado, que garantizaba el pago de los premios, razón por lo que el juego citado se popularizó de inmediato. Dícese que los primeros ganadores de aquella lotería española, para celebrar su reciente e inesperada fortuna, solían arrojar desde las ventanas de sus casas todo aquello que ya no iban a usar más: ropas, platos, muebles y muchos otros enseres. Por extensión, hoy la frase se aplica, fundamentalmente, a aquellas personas que viven por encima de sus posibilidades económicas.
A la vejez, viruelas
Esta locución proverbial alude a quien saliéndose de los comportamientos propios de cada edad acomete en la edad tardía empresas o atrevimientos que no fue capaz de acometer en los años mozos . Durante los siglos XV y XVI, se conocían con el nombre genérico de viruelas a todas las afecciones de la piel, fueran provocadas o no por la citada enfermedad. De tal modo que se llamaba viruelas a cualquier marca que hubiera en el rostro, incluso las que dejan el acné o las espinillas (marcas propias de los adolescentes). En una obra de Manuel Bretón de los Herreros (1793-1876) que se titula así, “A la vejez viruelas”, se cuenta la historia de dos ancianos enamorados, lo que hace hincapié en el sentido original del origen y significado de la frase proverbial.
¡Esto no es moco de pavo!
Cuando queremos ponderar la importancia de un asunto cualquiera, con frecuencia nos valemos de una comparación negativa y destacamos que eso "no es moco de pavo". El diccionario define moco de pavo como "apéndice carnoso eréctil que el pavo tiene sobre el pico". Pero el dicho del título proviene de cuando se usaba reloj con cadena. Ésta asomaba como una provocación para los ladrones, quienes aprovechaban las aglomeraciones para desprender el reloj y dejar la cadena que lo sujetaba. Dado el público del que salían los incautos (llamados "pavos" en la jerga del delito), esas cadenas eran de escaso valor, de modo que se quedaban colgando como cuelga el moco del ave. Hoy, se usan relojes de pulsera, la expresión ha perdido toda conexión con su origen. Pero basta escuchar que algo "no es moco de pavo" para que en seguida todos entendamos que no nos están hablando de ninguna p a v a d a.
¡Ojo por ojo y diente por diente!
Esta frase, que consagra la venganza como un procedimiento jurídico, figura en dos de los 282 artículos del código sancionado por Hammurabi (1792-1750 a. C.), fundador del imperio babilónico. La menciona también el Antiguo Testamento al referirse a los actos de violencia. “Quien cometiere e delito", dice el texto bíblico, "pagará vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano y pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida y golpe por golpe". Cuando el agredido prefería que se lo compensara con dinero, tenía derecho a una suma, fijada de antemano de acuerdo con la gravedad del daño. Así, según la ley del talión del derecho romano, quien recibía una cachetada podía canjear ese golpe por un monto equivalente a 5 ó 6 dólares de hoy. El dicho, con frecuencia abreviado como “ojo por ojo”, no pasa en la actualidad de un modo de hablar. Un desahogo para el rencor. Y prueba de que la idea de devolver mal por mal es siempre tentadora. Pero ningún código moderno autoriza a desdentar o volver tuerto al ofensor.
Si la montaña no viene a Mahoma…
Mahoma convenció a sus seguidores de que a una orden suya se le iba a acercar una montaña desde la cual predicaría. La muchedumbre se reunió; Mahoma llamó una y otra vez a la montaña y cuando ésta no se movió de su lugar, el profeta dijo sin abochornarse: "Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña". Este texto no pertenece a ningún libro religioso ni procede de Oriente. Figura en los Ensayos de Sir Francis Bacon (1561-1626), filósofo inglés y canciller del reino, quien fue precursor del método experimental en la ciencia y uno de los más firmes adversarios del conocimiento dogmático y supersticioso de la Edad Medía.
De punta en blanco
En los ejercicios para combate, los caballeros medievales empleaban armas de hierro ordinario que carecían de filo y llevaban en la punta un botón, como los floretes con que se aprende esgrima. Recibían el nombre de armas negras, en oposición a las que se usaban en los torneos, que eran de acero filoso y tenían el extremo afilado o, como se decía entonces, la punta en blanco. En esas lizas, los contendientes se presentaban ante el árbitro o maestro de armas acompañados de sus escuderos, quienes portaban los yelmos con sus penachos y los respectivos escudos. La gran pompa de esta ceremonia con música de fanfarrias y el espectáculo de las armaduras relucientes y los estandartes al viento quedaron asociados a la frase "estar de punta en blanco", que tomó el sentido de mostrarse con las mejores galas. Pasaron los tiempos feudales, pero el dicho subsiste. Sólo que ahora se aplica a cualquiera que luce impecablemente desde el peinado hasta los pies. Vestido de punta en blanco. Como para un torneo... de elegancia.
Como turco en la neblina
La frase es producto de una serie de cambios y derivaciones que comienzan cuando en España se llamó turca a la borrachera. La razón tiene toques de humor. Al vino puro, sin añadido de agua, se lo denominaba tanto vino moro corno vino turco, por no estar "bautizado". En consecuencia, las mamúas tomaron el nombre de turcas. De allí viene la primera parte de la expresión en su forma original: "agarrarse una turca". Lo que sigue se debe exclusivamente a la picardía criolla. ¿Quién puede hallarse más confundido que un borracho que se pierde en la niebla? El pasaje de con la turca al actual como turco lo realizó espontáneamente el uso popular. Y así el turco entró en el dicho y en la neblina, dando lugar a una pintoresca expresión que vale para cualquiera que ande muy desorientado. Por más sobrio que esté.
Buscarle la quinta pata al gato
Cuando se tienen reparos sobre la conducta o los dichos de terceros se utiliza esta frase, cuya forma correcta según algunos sería “buscarle tres pies al gato". Los diccionarios no se ponen de acuerdo. El de María Moliner, por ejemplo, prefiere esta última versión y la define como: “buscarle complicaciones a un asunto que de por sí no las tiene". La mayoría de la gente al citar el dicho menciona tanto al micifuz al que le falta una extremidad como al que le sobra. Para ellos el sentido es idéntico.
Al que quiera celeste que le cueste
Quien anhela obtener algo muy valioso debe estar dispuesto a afrontar su precio, por alto que éste sea. El dicho y su moraleja guardan estrecha relación con un mineral, el lapislázuli, que se extrae de unos pocos lugares de Oriente. Con él se fabricaba un bellísimo color azul, muy resistente a la acción del tiempo, que por su procedencia fue llamado azul de ultramar. La gran rareza del lapislázuli y el alto costo de su transporte hicieron que su valor fuera comparable al del oro. Cuando los papas y los grandes señores del Renacimiento encargaban un cuadro, se estipulaba por contrato cuánta pintura de oro y cuánto azul de ultramar entrarían en la obra. Al mezclarse con blanco, ese precioso azul producía el celeste que originó la expresión. Pero existe también otra versión sobre ese origen, vinculada con la acepción religiosa de la palabra celeste, equivalente a celestial. En tal caso, serían los sacrificios realizados en la Tierra el precio de la gloria en el Cielo. Ambas versiones no se contradicen. Y ninguna de las dos deja duda de que cueste y celeste riman con muy justa razón.
A troche y moche
Esta usual locución castellana equivale a decir “en todo momento o de cualquier manera”. Así puede decirse, por ejemplo, de una prenda de vestir, que es usada a troche y moche, aunque también se le aplica otro significado usándola en el sentido “de manera absurda e irreflexiva”. Por lo que parece este modismo tiene amplitud significativa, se presta a diversas variantes de interpretación. El mismo Francisco de Quevedo lo consideraba sinónimo de otra muy usada locución como es “a tontas y a locas”, de la que nos ocuparemos en otra ocasión. Pero no para ahí la cuestión. En el castellano de la Argentina la frase “a troche y moche” significa “gastar alocadamente, despilfarrar”. El origen procede de una frase de la cultura de los leñadores : "hachar a troche y moche", es decir, talar bosques naturales sin pensar en el futuro. Viene de los verbos "trocear" y "mochar". Un ejemplo de esto es lo ocurrido en Santiago del Estero a comienzos del siglo XX, cuando grandes bosques de quebracho fueron eliminados sin asegurar su reprodución.
Se armó la gorda
Dicho popular que se aplica referido a alboroto y refriega y que se utiliza con previsión de futuro (“se va a armar la gorda”) e indica la proximidad de un acontecimiento violento y sonado. Es de origen histórico y se refiere a “La Gorda”, nombre con el que se conoció en Andalucía la revolución española de 1.868 contra la inoperancia del reinado de Isabel II. Dicha revolución fue más comúnmente conocida como “La Gloriosa” o “La Septembrina”, por haberse producido en el mes de septiembre. Los liberales españoles, que perseguían la instauración de una república parlamentaria, esperaban que se produjera la gran revolución, la definitiva, la gorda, aunque a la postre fue tan inoperante como el régimen monárquico al que sustituyó.
Brillar por su ausencia
Entre los romanos existía la costumbre de exhibir en los actos fúnebres los retratos de todos los antepasados y deudos del difunto. Por eso, el célebre historiador Tácito, al relatar en el libro III de sus "Anales" las honras fúnebres de Junia -viuda de Casio y hermana de Bruto (el asesino de Julio César)- cuenta que todo el mundo se daba cuenta de la ausencia ("brillaban" por ella) de la efigie de los dos criminales. Posteriormente, en el siglo XVIII, el gran poeta francés André de Chenier puso de moda la expresión brillar por su ausencia que todo el mundo usa hoy, a veces con mala intención, para resaltar la falta de algo o alguien en determinada circunstancia.
Dorar la píldora
Los medicamentos (infusiones, polvos, brebajes...) se han caracterizado siempre por tener un sabor amargo, lo cual los hacía molestos en el momento de tener que tragarlos, pero eso era considerado algo natural, tanto como lo era el hábito de tener que soportar el dolor.
Hoy, todos sabemos que esos botoncitos compuestos por distintas variedades de productos medicinales llamados píldoras suelen estar integrados -por lo general- por elementos de sabor amargo y desagradable al paladar. De ahí, que los antiguos boticarios, tal como se sigue haciendo en el día de hoy en los modernos laboratorios farmacéuticos, para disfrazar o disimular ese desagradable sabor, acudiesen al recurso de “dorar la píldora” con alguna substancia de gusto azucarado y suave al paladar, de manera que se facilitara la acción de ingerir el medicamento.
Ese es el sentido de la expresión “dorar la píldora”, que hoy aplicamos en el lenguaje cotidiano en el sentido de realizar un acto o expresar una opinión con amabilidad y suavidad y tratando de no herir o molestar a quien nos escucha. También se sobreentiende en el sentido de halagar, interesadamente, a un interlocutor de quien se pretende un beneficio.
El que se fué a Sevilla, perdió su silla
Durante el reinado en Castilla de Enrique IV de Trastámara, un sobrino de don Alonso de Fonseca -arzobispo de Sevilla- fue a su vez designado arzobispo de Santiago de Compostela, pero suponiendo el tío que, a causa de las revueltas que agitaban Galicia, a su sobrino le costaría tomar posesión de su cargo, se ofreció para adelantarse a Santiago con el objeto de allanarle las dificultades. A cambio, le pidió a su sobrino que lo reemplazase en los negocios de su sede en Sevilla. Así se hizo y con los mejores logros, de manera que una vez que don Alonso, concluida la gestión, regresó a Sevilla, se halló con la desagradable sorpresa de que su sobrino se resistía a abandonar la sede arzobispal, alegando que el arreglo había sido permanente. Para reconducir el litigio se hizo necesaria la intervención del Papa y hasta la del propio rey Enrique. El joven, una vez que viajó a Santiago acabó siendo preso y sentenciado a cinco años de condena por otros delitos, pero su carrera continuó y llegó a ocupar los más altos cargos eclesiásticos hasta ceder la sede compostelana a su propio hijo. De aquel suceso, muy comentado en su tiempo, nació el dicho que seguramente en su origen debió ser : “ El que se fue de Sevilla, perdió su silla” y no como aún hoy lo conocemos, “El que se fue a Sevilla, perdió su silla”
Entre pitos y flautas
Popular locución española que viene a significar “entre unas cosas y otras”. Suele también utilizarse en la forma “por pitos y flautas”, o sea, por un motivo o por otro. Igualmente, con el término “pito” se construyen otros modismos, tales como : “¿qué pito toca?” o su variante de interrogación retórica en sentido negativo (¿toca algún pito?, no sé que pito toca). “Tomar por el pito del sereno”, en el sentido de tratar a una persona con poca o ninguna consideración. “Importar un pito (o tres)” coloquialmente utilizado en el sentido de “nada”.
Estar en babia
Durante la Edad Media abundaba la caza en una pequeña localidad leonesa, conocida entonces y ahora con el nombre de Babia, a la que los reyes de León la eligieron como lugar de reposo para alejarse de los problemas de la corte, complicada con las intrigas palaciegas de los nobles de la época,que estaban empeñados en instaurar un régimen feudal semejante al de la Europa septentrional. Los reyes aprovechaban las bondades del lugar para distraerse de las tareas concernientes a su ejercicio del poder. Estas ausencias del rey motivaban a menudo la inquietud de los súbditos a quienes, cuando preguntaban por él, se les respondía evasivamente que el rey estaba en Babia. La expresión se hizo coloquial y pasó al lenguaje común para significar toda disposición de ánimo desentendida, de propósito o involuntariamente, ante cualquier tarea apremiante. Hoy en día se utiliza específicamente para hacer referencia a toda persona distraída o que parece ausente en el momento en el que más se necesita de su concentración.
Mucho ruido y pocas nueces
No es muy segura la procedencia de esta locución, aunque es sobradamente conocida en España una anécdota que podría explicar el origen del dicho.
Según relato del conde de Clonard, en 1597 las tropas españolas tomaron la ciudad francesa de Amiens, merced a una treta urdida por el capitán Hernán Tello de Portocarrero, que vistió de labradores a dieciséis de sus soldados que hablaban muy bien el francés. Estos hombres penetraron en la ciudad provistos de sacos de nueces, cestos de manzanas y un carro de heno. Apenas entraron en la ciudad, uno de los soldados dejó caer voluntariamente uno de los sacos de nueces, lo que movió a los soldados franceses a recogerlas del suelo. Esta situación permitió a los españoles que sacaran sus armas de la carreta de heno y así consiguieron reducir a las tropas locales, permitiendo el asalto de una columna invasora. Posteriormente, los franceses recobraron la plaza, pero la astucia de la estratagema habría dado origen al dicho “ser más el ruido que las nueces”. Con el correr del tiempo, la frase pasó a formar parte del léxico popular, como manifestación de exagerada demostración de un hecho que no tiene tanta trascendencia.
Por si las moscas
Esta expresión es sinónimo de “por si acaso, por lo que pudiera ocurrir” y tiene un claro significado preventivo que, en ocasiones, se acentúa afirmando: “por si las moscas pican” ('desazonan, incomodan, abrasan'). El origen de esta expresión tal vez pueda estar en la leyenda que cuenta que las moscas conocidas con el nombre de "moscas de San Narciso" brotaron repentinamente en 1285 de la tumba de este santo gerundense y atacaron al ejército francés, que al mando de Felipe 'El Atrevido', se disponía a sitiar la ciudad de Gerona. Las famosas moscas levantaron el pánico y contagiaron la peste entre los invasores, quienes tuvieron que levantar el sitio mientras salían espantados.
Quemarse las cejas/ pestañas
El significado literal de esta expresión popular se aplica al estudiante de cualquier disciplina que está entregado absolutamente al estudio. Significado y origen concuerdan en su sentido que no es otro que el de estudiar de noche, pasarse las noches en vela estudiando, que en otros tiempos, y ante la carencia de la luz eléctrica, se hacía a la luz de las velas o velones, cuya llama podía accidentalmente quemar o chamuscar las cejas de los que, absortos en el estudio, se acercaban a la llama.
Sacar de sus casillas
Este dicho popular proviene del antiguo juego de las Tablas Reales, juego de tablero muy semejante a las actuales Damas. En el citado juego la palabra casa está referida a unos semicírculos huecos cortados en la misma madera a los lados del tablero en los que se van colocando las piezas para ocupar las casas o casillas según las suertes de los dados. El juego consistía en encontrar una casa o casilla vacía donde entrar, y en el caso de que se hallara ocupada el que viene detrás con una pieza la puede desplazar del juego, “la puede sacar de su casilla”.
Tener muchos humos
Entre los romanos existía la costumbre de adornar el atrio de las viviendas con los bustos y retratos de toda su ascendencia, con el objeto de demostrar la extensión y la ranciedad de su linaje.Por efecto del humo y del paso del tiempo, los objetos decorativos iban adquiriendo una coloración oscura de la que los habitantes de la casa solían ufanarse, ya que cuanto más intensa era esa pátina de ranciedad, más crecía la respetabilidad de la familia, en base a la memoria de sus ancestros.
Ese es el origen de la expresión “tener muchos humos” que hoy aplicamos análogamente para manifestar la fea actitud de quien actúa con engreimiento y presunción inmoderados. Derivada de la misma locución es la de “subirse los humos a la cabeza” y en el mismo sentido de arrogancia por el estatus económico o social adquirido por una familia o persona.
Tirar la casa por la ventana
El significado literal de esta vieja locución española es el de “derrochar, gastar sin ningún control ni medida”. Su origen se remonta al reinado de Carlos III en la España del siglo XVIII, cuando se estableció el juego de la lotería organizada por el Estado, que garantizaba el pago de los premios, razón por lo que el juego citado se popularizó de inmediato. Dícese que los primeros ganadores de aquella lotería española, para celebrar su reciente e inesperada fortuna, solían arrojar desde las ventanas de sus casas todo aquello que ya no iban a usar más: ropas, platos, muebles y muchos otros enseres. Por extensión, hoy la frase se aplica, fundamentalmente, a aquellas personas que viven por encima de sus posibilidades económicas.
A la vejez, viruelas
Esta locución proverbial alude a quien saliéndose de los comportamientos propios de cada edad acomete en la edad tardía empresas o atrevimientos que no fue capaz de acometer en los años mozos . Durante los siglos XV y XVI, se conocían con el nombre genérico de viruelas a todas las afecciones de la piel, fueran provocadas o no por la citada enfermedad. De tal modo que se llamaba viruelas a cualquier marca que hubiera en el rostro, incluso las que dejan el acné o las espinillas (marcas propias de los adolescentes). En una obra de Manuel Bretón de los Herreros (1793-1876) que se titula así, “A la vejez viruelas”, se cuenta la historia de dos ancianos enamorados, lo que hace hincapié en el sentido original del origen y significado de la frase proverbial.
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